Comparto mi columna de opinión publicada por Fundación Carolina. Algunas reflexiones sobre qué necesitamos para que más mujeres puedan acceder al mercado laboral.
«Créeme, mi amor, sufrí mucho más por falta de recursos y fondos que por ser mujer», responde Marie Curie a una de sus hijas cuando esta le dice, «debe haber sido muy difícil ser mujer y realizar todo lo que hiciste».
Ese diálogo forma parte de la última película sobre la vida de la científica polaca que se convirtió en la primera persona en ganar dos premios Nobel. Esa conversación entre madre e hija está enmarcada en una película que, aunque biográfica, es ficcionada; pero pensemos en la vida real, ¿cuántas mujeres habrán visto sus sueños y proyectos truncados por la falta de recursos o de fondos? ¿Cuántas estarán pasando hoy por lo mismo, a más de 80 años de ese posible diálogo entre Marie Curie y su hija?
De hecho, según estudios realizados en los últimos años, podemos decir que la falta de recursos a la que se refería Marie Curie se relaciona de manera proporcional con el hecho de ser mujer, e incluso aunque las mujeres cuenten con las mismas herramientas que los varones, cuentan con menos oportunidades. Así, vamos encontrando brechas de género en el trayecto laboral, como lo dictan los números de la informalidad, la precarización y el desempleo, que siempre son mayores entre las mujeres. Pero también en el desarrollo económico y en la dificultad de las mujeres para acceder a puestos de decisión, tanto en los ámbitos políticos y judiciales como empresariales. Todo esto sin considerar el factor de la maternidad y la sobrecarga de las tareas domésticas no remuneradas, que suelen recaer mayoritariamente sobre las mujeres.
La pandemia no solo acrecentó esas diferencias con nuestros compañeros varones, sino que además las agravó. De hecho, según datos de la Dirección Nacional de Economía, Igualdad y Género (DNEIyG) de Argentina, en el segundo trimestre de 2020 más de 1,5 millones de mujeres salieron del mercado laboral, no encontraron empleo o no lo buscaron. No son opiniones; la actividad económica de las mujeres cayó ocho puntos porcentuales más que la de los hombres durante la pandemia.
Esta crisis laboral desencadenada por la pandemia, y algunas de las medidas que se tomaron para tratar de mitigar sus efectos, no son homogéneas y varían de sector en sector económico. Sin embargo, hay un denominador común que muestra que los sectores formales que más perdieron son aquellos que registran una alta empleabilidad de mujeres, como el comercio, la gastronomía y el turismo. Una excepción a esta regla es tal vez el sector de la salud, rubro en el cual en Argentina trabajan una de cada diez mujeres ocupadas. Se estima que este sector concentra a más de 760.000 trabajadoras, el cual conlleva una alta exposición al virus y un enorme esfuerzo y desgaste físico y emocional, tanto para las trabajadoras como para sus familias.
En el sector informal también se perdieron miles de puestos de trabajo. De hecho, en el país hay más de 1,3 millones de trabajadoras de casas particulares, de las cuales tres de cada cuatro trabajan en la informalidad, según datos de la Organización Internacional de Trabajo (OIT), que, desde el comienzo de la pandemia, advirtió que eran y serían las más expuestas al impacto sanitario y económico de la COVID-19.
Y si el virus no hace diferencia a la hora de contagiar, hay otra pandemia silenciosa que no logramos atacar de manera efectiva y que sí discrimina: las desigualdades por género. Incluso en la leve recuperación económica que se dio en el tercer trimestre de 2020, la tasa de actividad para las mujeres fue un 35% más baja que para los hombres.
Entonces la pregunta del millón es, ¿qué necesitamos para que más mujeres puedan acceder al mercado laboral? ¿Qué necesitamos las mujeres para que no nos resulte, no digo difícil, sino casi imposible cumplir los sueños, desarrollarnos, realizarnos?
En primer lugar, necesitamos al Estado, a las empresas y a las organizaciones sindicales trabajando juntos, en alianza, en pos de ese objetivo. Necesitamos una mirada sostenible del desarrollo humano, que ponga el foco y en el centro a las personas, que incluya, que incorpore la perspectiva del crecimiento igualitario, que logre vencer el desequilibrio y sus consecuencias en el que el mundo del trabajo está inmerso.
El corazón de la desigualdad está sin duda en la carga de las tareas del cuidado y, con la pandemia, quedó en evidencia quién cuida en Argentina y la necesidad de políticas económicas y públicas que equilibren esas tareas y, en consecuencia, el acceso a los derechos de manera igualitaria.
Estamos obligados a diseñar políticas económicas y de cuidados de manera integral, con una verdadera mirada humana; pensar el trabajo como factor clave del desarrollo en igualdad de oportunidades; y que desde el Estado se generen puestos de trabajo de calidad, pensando en todos los sectores de la economía para que se mejoren las condiciones, mientras se extienden las medidas de protección laborales, de derechos y de diálogo social, como estrategias contra la informalidad y la desigual división sexual del trabajo.
Esa es la verdadera transformación cultural que permitirá dejar atrás la idea tan naturalizada de que los cuidados son tareas de mujeres. Solo así no retrocederemos, y no se frustrarán los sueños, expectativas y oportunidades que deberíamos aprovechar tras una crisis como la que estamos atravesando. Esas oportunidades no son ni más ni menos que el anhelo del logro de la justicia social por la que debemos seguir trabajando.
Nota Publicada por Fundación Carolina: https://www.fundacioncarolina.es/ser-mujer-trabajar-y-no-frustrarse-en-el-intento/